"Cuando te toca, aunque te quites, y cuando no, aunque te pongas" El otro día me dijeron, y sí, qué razón.
Lo inevitable, como es el final, de todo -por que al final todo tiene un fin-, no es posible aplazarlo, ni forzarlo, la vida me ha enseñado que es lo peor que puedes hacer, forzar un final. Ocho años de mi vida me lo enseñaron, pero el proceso duele. Mucho.
Ante la agobiante llegada, cuando lo inevitable se asoma por una rendija anunciando su llegada, anunciando eso mismo: el más terrible de todos los miedos. Y uno se hace pequeño, te encuentras ante un mundo enorme, ante una noticia que parece una bomba, escuchándola todo el tiempo y te sientes diminuto, te das cuenta de lo frágil que todo el mundo es ante la vida, ante lo mismo, ante lo inevitable.
Comienzas a preguntar mil cosas, el '¿Por qué?' es el más presente, realmente no importa el '¿Cómo?', y el '¿Cuándo?' es el más temido, carajo, la impotencia de no saber absolutamente nada. Te encuentras en una situación que te hace darte cuenta de que efectivamente no sabes absolutamente nada. La incertidumbre, frustración, el sacar valor y fuerza que, con el ánimo caído, dudas que exista en ti.
Y resulta que te encuentras en varios procesos, positivos y negativos, entonces, al encontrarte ante tal realidad te das cuenta que al empezar el proceso dos, perdiste de vista el proceso uno, entonces, es entonces, donde te sientes perdida.